La historia de la humanidad está repleta de pequeños detalles, inventos que parecen menores, pero que han supuesto mucho en el progreso que ha facilitado la vida cotidiana. La lata de conserva, la alimentación envasada, fue consecuencia de una necesidad crucial del ser humano: preservar los alimentos todo el tiempo posible, hasta volver a producir más. Veamos el origen de las latas de conserva
Los primeros “conservantes” conocidos en la historia son los salazones (sal), los ahumados (humo del fuego) y el hielo natural (nieve). Este último resultaba muy costoso, pues se conseguía sólo en invierno o en cumbres nevadas todo el año. Había que conseguir que ánforas, vasijas y demás recipientes, lograsen conservar el alimento durante periodos sin cultivos o en los largos viajes marítimos y terrestres.
Durante las guerras, los largos asedios y en los viajes de exploración, se comprobó que morían tantas o más personas por la mala alimentación, el hambre o las enfermedades producidas por alimentos en mal estado, que por los conflictos o largas travesías. Se atribuye el «invento» al repostero francés Nicolas Appert, entre los años 1795 y 1810, los primeros experimentos con éxito para transportar alimentos envasados y bien conservados. Lo hizo pensando en la alimentación de la Grande Armée, el ejército napoleónico que conquistaba media Europa en esas fechas.
Las bacterias de los alimentos, origen de las latas de conserva
Desconociendo la base científica de la descomposición de los alimentos, las bacterias, Appert comprobó como al hervir en agua un recipiente de cristal con el alimento recién cocinado y sellar ese frasco con corcho y cera (creando un vacío), la comida almacenada guardaba sus propiedades por mucho tiempo. Se ponían las bases para las latas conserveras.
Sería el “industrial” británico, Peter Durand, el que en 1811 patentaría la lata de hojalata como recipiente de conservas. Descubrió por casualidad que en una cajonera de latón, ciertos alimentos se conservaban bien. Aplicó el cierre hermético que se hacía con las botellas a cajas de hojalata. Las ventajas evidentes de transportar esa comida al frente de las batallas en cajas metálicas era su menor fragilidad, pero el peor inconveniente era la manera de abrirlas, que a machetazos muchas veces estropeaban el contenido. Curiosamente el “abrelatas” no se inventó hasta casi 50 años después, lo patentó en 1858 un comerciante estadounidense, un tal Ezra J. Warner.