Pueblos blancos. Es una deducción sencilla. El color blanco se lo da la cal, un material que no solamente es decorativo también desinfectante. Desde las épocas más remotas y en muchas civilizaciones se han conocido los principios purificadores de la cal. Este elemento usado en la construcción se ha encontrado en lugares tan distanciados como las pirámides de Egipto y la Gran Muralla China
En el sur de España (Andalucía, Extremadura, La Mancha) existen multitud de muestras de este uso de la cal por motivos prácticos y decorativos. El blanco puro de la cal también sirve de reflectante de la luz solar, refrescando en verano el interior de las casas. Los primeros que dominaron los beneficios de este material usado como mortero para colorear de blanco los muros de casas fueron los griegos antiguos. De hecho, otra imagen característica del uso de la blanca cal la encontramos en los pueblos de las numerosas islas griegas del Mediterráneo. Pero serían los romanos quienes mejorarían ese uso de la cal, perfeccionando las técnicas de mortero de este material con el uso del famoso «hormigón» romano. Se empezaría a hablar del estucado, que luego pasaría en la península ibérica a ser dominado por el arte musulmán.
Una de las mejores muestras de pueblos blancos en España la encontramos en la provincia de Cádiz. De hecho, existe una ruta turística en esa zona con ese nombre: la ruta de los Pueblos Blancos. El manejo de la «cal viva» resulta más complejo o mayor trabajo de lo que parece a simple vista. La cal es el producto que se obtiene de la calcinación en hornos a alta temperatura de piedras calizas, obteniéndose así la cal viva. El resultado es la descomposición del carbonato cálcico de las calizas (CaCO3) hasta obtener el óxido de calcio (CaO), que es la composición química pura (cal viva) con propiedades desinfectantes. De esta manera, en bruto se puede reconocer a la cal viva por tener generalmente forma de «terrones de azúcar».
Luego, si a esta cal viva añadimos agua mediante procesos de mortero es lo que se llama «apagado de la cal». Es la ‘cal muerta’ que se emplea desde tiempos remotos en las construcciones y para encalar muros y paredes. Como la extracción de la materia prima y su procesamiento llevaba su complejidad, estas técnicas se pasaron de una generación a otra en los pueblos. Se solía encalar una vez al año, pues uno de los defectos de este material poroso y «orgánico» es que resulta más degradable, aprovechando las fiestas de Pascua por ejemplo. En Andalucía llegó a existir la profesión de caleros, para facilitar a las familias el encalado regular de sus viviendas.
Desde muy pronto se vieron los beneficios asépticos y limpiadores de la cal. Los campesinos esparcían cal en las cuadras del ganado, viendo que mataba malos olores y bacterias. Luego, en epidemias de enfermedades mortales, como la peste, se enterraba a las víctimas en fosas comunes echando cal para eliminar el mal olor y, sin saberlo, los posibles gérmenes. Esa medida se llevó a la idea de encalar muros y paredes de casas, como «purificando» esa vivienda y aislándola de la epidemia. Su uso se generalizó y también quedó como rasgo estético de muchas poblaciones españolas.