Las cámaras de las maravillas, objetos raros y antigüedades

A partir del siglo XVI comienza a darse entre personajes adinerados, algunos de ellos reyes como Carlos I de España, la costumbre de adquirir y coleccionar objetos curiosos, raros y con cierto exotismo. Entre esas «cosas» había antigüedades, objetos del pasado, pero también elementos contemporáneos de otras culturas que atraían la curiosidad de esos coleccionistas

 

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Para guardar esas colecciones de objetos curiosos y antigüedades se habilitarían unas habitaciones en los palacios que se llamaron «Cámaras de las Maravillas». Son las llamadas cámaras de arte y maravillas, como las que tuvo el emperador Carlos V en su retiro del monasterio de Yuste. La conocida como Cámara de Yuste albergaba objetos que regalaban al monarca, sobre todo de las tierras lejanas y, a ojos europeos, exóticas. De América y Asia, los territorios que navegantes iban poniendo en los mapas europeos y que se convertían en realidades si se podía contemplar «cosas curiosas de allí».

Estos Gabinetes de Maravillas son las cimeliotecas en expresión latina y las wunderkammer en alemán. Con este último término fueron más conocidas durante los siglos XVI y XVII porque se prodigaron desde Europa central, la Europa de expresión germana. Una «tendencia» al coleccionismo de curiosidades que duraría toda la denominada Edad Moderna. Se ha relacionado con el «nuevo saber» saliente del Renacimiento, definido como la ‘cultura de la curiosidad’. Una curiosidad que salvó los recelos de la Iglesia católica, que siempre había condenado el exceso de «sabiduría» humana cuando se centraba en las curiosidades ajenas al «estudio» de Dios, única verdad.

Las cámaras de las maravillas. Fragmento de pintura del siglo XVII

 

Las cámaras de las maravillas, algo más que una excentricidad de ricos

Así, esas colecciones privadas conocidas por su denominación en alemán Kunst-und-Wunderkammer, serán un antecedente de anticuarios y coleccionistas de objetos valiosos y curiosos. Antesala de los museos modernos, comenzados por grandes señores y monarcas europeos y que terminaron siendo los museos nacionales actuales. El coleccionismo acabó siendo muy común entre los adinerados cuando a los nobles se sumó la clase burguesa. Pero en sus inicios fue una verdadera excentricidad, repudiada por la Iglesia al tener esas Cámaras de las Maravillas también un componente de magia y superstición.

Cámara de maravillas de Ferdinando Cospi en Bologne. Anónimo, 1677, grabado, Biblioteca Estense, Módene.

Entre los «increíbles» objetos a coleccionar gustaban de manera especial aquellos a los que se les otorgaba propiedades mágicas y curativas. Los famosos desde la Edad Media «Cuernos de Unicornio», de los que se decía curaban entre otras cosas la impotencia masculina. Piedras extrañas, como las bezoares o bebedizos milagrosos extraídos de misteriosos metales conseguidos también mediante «fantásticos» procesos de alquimia. Esta faceta pagana o mágica era lo que menos gustaba a a la Iglesia, sobre todo a la católica de Roma. No veían con buenos ojos a estos gabinetes de las maravillas, repletos de «oscuros objetos» alejados de la fe cristiana. Aún así las cámaras de las maravillas estuvieron de moda hasta la llegada del Romanticismo y el arte neoclásico, épocas en las que fueron creándose los museos nacionales para todos los públicos.


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